La Guelaguetza
Leyendas Locales- "La Entrada al Inframundo"
El ultimo nivel, y el más bajo, era un lugar donde iban los recién nacidos. La religión católica condenaba a estos niños (los que no había bautizado antes de morir) a un infierno de oscuridad y sufrimiento. Acá, existía la creencia de que todo el ser que nacía ya era bendito por el solo hecho de haber estado en la tierra. Por lo tanto, estos niños benditos iban a un lugar específico y especial. En ese lugar había un árbol inmenso y en el medio de este árbol estaba colocado un cráneo enorme. De las hojas del árbol caía leche para alimentar a los niños. Ese era el mundo de los bebés.
Específicamente, esta entrada se encontraba en Mitla. Miles de sacerdotes de todo el país venían a Mitla a rendir curto a la cuidad de los muertos. El nombre Mitla venía de Mictlan—lugar de los muertos. Eran cinco pruebas las que tenían que pasar los sacerdotes para poder llegar a la cuidad.
La primera era combatir contra los cuatrocientos hijos del cielo que vivían en la vía láctea—las estrellas que caían en la mañana y las más brillantes del cielo. Estas estrellas eran hombres sagrados en forma de ángeles—los hijos de Tonatihu, el dios del sol. Su deber era proteger la cuidad de los muertos y bajaban a defender de cualquier intruso al camino hacia Mitla.
La segunda se consistía en cinco perros enormes, y había que engañarlos para pasar. Tal vez pudieran haber sido animales de las eras más primitivas y los últimos habitantes de esas regiones. Sin embargo eran masivos, y si evitara los cinco perros, llegaría a una tercera prueba.
Ésta era la tribu que comía gente. Se decía que era prohibido llegar a la cuidad, y por lo tanto solo los mas aptos, los mas agiles, y los mas valientes podían pasar por el camino. No era un privilegio de cualquiera. En la tercera prueba, los débiles y los enfermos fueron comidos por esta tribu—su castigo por intentar llegar a la cuidad sagrada.
La cuarta prueba era cruzar el rio de la sangre. Rodeando la cuidad Makuilxochitl había un rio gigante con un corriente fuertísimo que ahogaba y revolcaba a la gente. Si uno lograba cruzar el rio, pasaba a la quinta prueba.
La quinta era una prueba de espiritualidad. Existían dardos solares—flechas del sol—con las cuales se veía el alma de los hombres. Los que tuvieran el alma puro entraban a la cuidad de los muertos; los que fueran corruptos o deformados regresaban.
Leyendas Locales- "El Origen del Universo"
Cuarenta días antes del sacrificio, Tekukistekatl se pulsaba la piel con espinas de oro. Ofrendaba en los braseros del mejor copal refinado, del mejor aroma, y de las mejores hierbas. Al cambio, Nanahuatzin se picaba con espinas de maguey y ocupaba el hule; una ofrenda poco olorosa. Por lo tanto, la ofrenda de Nanahuatzin era más precaria, más pequeña, pero de un valor sentimental mayor.
Al llegar el día cuarenta, todos los dioses se juntaron en la cuidad donde estaban las pirámides gigantes. Ahí, hicieron una hoguera enorme—de kilómetros se lo veía. En esa hoguera iba a arrojar uno de los dos dioses con el fin de convertirse en el quinto sol—uno solamente. Sería su recompensa por ofrecerse la vida. Primero, le dieron el honor a Tekukistekatl. Él lo intentó tres veces, pero no tenía el coraje para tirarse al fuego. Entonces, los dioses le dieron el favor a Nanahuatzin. Sin pensarlo, Nanahuatzin empezó a correr y se arrojó en la hoguera. Y cuando las llamas se acabaron de consumir todo su cuerpo, surgió el gran sol en el este. Simultáneamente, por haber sido cobarde, Tekukistekatl se aventó a la hoguera y salió de otro sol detrás de Nanahuatzin. Sin embargo, los dioses decidieron que Tekukistekatl, porque no había tenido en valor inicial, no tenía el derecho de brillar tanto como el primer sol. Entonces, los dioses le aventaron un conejo a la cara del segundo sol, y por lo tanto, éste se volvió la luna. Por eso todos veían un conejo en la luna, porque eso es lo que le tapaba la cara. Por la audacia de Nanahuatzin, y la debilidad de Tekukistekatl, el sol brillaba más que la luna.
Leyendas Locales- "La Matlacihua"
En la noche, cuando estábamos más desprotegidos, le pedíamos un favor al dios de la noche. Obviamente, no se lo podía pedir al dios del día, un dios que en esos momentos ni siquiera estaba presente. Por lo tanto, la importancia de esos dioses no quiere decir que fuéramos satánicos, como se podría pensar en esta época, sino que las cosas que ahora aceptamos por ser malvados y malignos eran en ese tiempo cosas buenas—cosas que mas nos protegían durante la vida. La noche, la muerte, la oscuridad, los poderes de la noche, y los animales. Eran ellos que regían la bondad de esos lugares tan peligrosos.
La Matlacihua, consecuentemente, era parecida a una mamá grande—una madre de todos. Junto a ella, existía La Huehuetsimeme, lo que quiere decir la abuela demonio. Sin embargo, no era un demonio, sino un ser que castigaba. Y La abuela Huehuetsimeme, en su turno, tenía otros ayudantes que eran mujeres descarnadas. Según las leyendas, eran mujeres muertas de cuerpo completo pero con la quijada de puro hueso sin carne. Salían representadas en los códices con tocados hermosos y pechos descubiertos—verdaderas bellas imágenes. Eran súbditos que obedecían los ordenes de la Matlacihua y la abuela demonio—las madres superiores.
En México, los hombres tenían la reputación de consumir bastante alcohol y muy seguido andaban borrachos. Esto hacía que las madres se enojaran y que a sus hijos les mandaran a la casa a compartir con sus familias—con sus esposas y sus hijos. La Mictlantecihuatl, siendo la mamá más grande de todas, era la que se enojaba más que ninguna. Por lo tanto, era ella la que conducía a los hombres ebrios a las espinas y a los lodos. Era una forma de castigarlos por no estar en sus casas con sus mamás y sus esposas.
El Tequio
El Tequio viene, primariamente, de las épocas más primitivas. Es un trabajo colectivo por un solo fin, pero el fin va dedicado al pueblo. El pueblo parece a una fraternidad donde todos trabajan para un bien común. Participar en los trabajos es el deber de cada individual de la comunidad— es una relación especial entre un hombre y su vecino. A través del tiempo, el Tequio llegó a ser una necesidad dentro de los pueblos de la región. Las tierras se sembraban entre todos. Se hacían canales para traer el agua desde los cerros hasta el pueblo. Era una forma de trabajar mucho más eficiente, más rápida, y sin tanto conflicto. Todo era matrimonio de todos. Simplemente, el Tequio es el apoyo comunal; una simbiosis humana.
En el 13 de julio 2008 miembros de la comunidad de San Andres Zautla hicieron un tequio para limpiar las lomas cerca del basuero público.
La Guelaguetza
Aquí se representaba el dios Cinteotl, pero se representaba como una mujer. Se le daba el título por un día de diosa. Antes, las mujeres eran iguales, o hasta más, que los hombres, porque la mujer tenía que saber lo mismo que el hombre, pero también hacer todos los deberes de mujer. Tenía el doble trabajo. Entonces la mujer era muy importante, y por lo tanto se daba la festividad para una mujer. Tenia que ser la que sabía más de la música y el arte, la que trabaja más, la que colaboraba más con los de la ciudad, la que daba más Guelaguetza. Esa era la diosa Cinteotl. Y era premiada con el gran honor de ser nombrado Diosa por un día, el día del dios Cinteotl. Ella representaba el dios mismo en la tierra. Éste es el concepto fundamental de la Guelaguetza; la comunión de todos los pueblos. Aparte, cada territorio tiene sus propias tradiciones e historias sobre el origen de la fiesta.